El trabajo como condición y posibilidad de nuestra existencia

Por Mariano Barusso | 1 de mayo, 2019

En este Día Internacional de los Trabajadores desperté pensando en el sentido constitutivo del mismo para nosotros, los seres humanos, y me dio ganas de compartir esos pensamientos en directo, sin mucha edición. Así acabo de concluir este artículo.

Vivimos en una época de transformaciones paradigmáticas y de actividad tan interconectadas y profundas, que no podemos ser conscientes de las mismas y, mucho menos de sus implicancias para nuestro hacer y, por lo tanto, para nuestro SER.

Consciente de esta realidad histórica, pienso en la vinculación de dos fenómenos socio culturales que me dedico a observar con frecuencia y con los cuáles debo operar en mi quehacer profesional:

El primer fenómeno que me ocupa es la intensa puja interna que experimentan trabajadores de toda clase y nivel entre el sentido del trabajar como un fin en sí mismo o como un medio para otra cosa. Los contextos VICA en los que desarrollamos nuestra vida promueven temores de supervivencia muy intensos, que llevan a muchísimos trabajadores a caer en la segunda acepción, en la creencia del trabajo como “un medio de vida” que, paradojalmente, termina vaciando de sentido su propio hacer y, en consecuencia, su vivir (lo que en particular se ve afectado es el sentido de proyecto, la confianza en sí mismo y la estima).

Generalmente suponemos que esto es algo que les pasa a trabajadores de clases socio económicas bajas y que realizan tareas operativas, lo cual es totalmente erróneo. He dedicado y sigo dedicando mi vida profesional a ayudar a miles de ejecutivos en una buena situación socio económica y con mucho poder de decisión y, en una gran parte, los sigo ayudando a salir de posiciones de profunda alienación en lo que hacen, donde se sienten más un producto que un productor y mucho menos valiosos que los bienes y servicios que producen. En este sentido, ayudarlos a recuperarse a sí mismos en su hacer, me ha confirmado repetidas veces la relación directa entre el trabajo como existencia, el trabajar como libertad y sus consecuentes efectos positivos sobre el desempeño y el bien-estar.

Hay una relación directa entre el trabajo como existencia, la libertad de expresión y los efectos positivos en el desempeño y el bien-estar.

El segundo proceso socio histórico que me ocupa es el del avance exponencial de la infotecnología y la biotecnología, principalmente porque su desarrollo va de la mano de una anestesiada fascinación consumista en la inmensa mayoría de los que nos beneficiamos de las mismas en el presente y, al mismo tiempo, a una velocidad transformacional que nuestro cerebro no es capaz de asimilar (a nuestro cerebro no le resulta “natural” pensar en términos exponenciales). El dilema que ya está planteado en este punto -aunque no estemos problematizados al respecto- es, ¿cuál es el lugar del hombre en esta nueva tensión dialéctica entre el ser humano y la inteligencia artificial?, si el trabajar es ser, ¿cuál es el lugar del trabajar, del ser-humano en el futuro cercano?, ¿que espacio queda para nuestro libre albedrío o era solo una ilusión? (estoy pensando en los 8.000 millones de habitantes de nuestro desgastado hogar, no en mi necesariamente). El dilema es real, las implicancias corrientes para la humanidad son concretas y las consecuencias son serias. Sobre todo, considerando que esto ocurre en un mundo superpoblado, con instituciones tradicionales jaqueadas por los cambios sociales y con una confusa liquidez sobre el lugar y la capacidad de incidencia coordinada de las naciones respecto de estos asuntos.

¿Cuál es el lugar del hombre en esta nueva tensión dialéctica entre la actividad humana y la de la inteligencia artificial?

Frente a estimaciones simplistas sobre la capacidad de reconversión oportuna de los trabajadores en este nuevo contexto de tecnologías disruptivas siempre insisto con lo mismo: no podemos repensar ese proceso con los con criterios de las revoluciones industriales previas, porque no estamos hablando del mismo fenómeno histórico. Es más, como ya lo expresé, probablemente la mayoría de nosotros no comprendamos lo que está pasando, por lo cual, lejos de ilusiones simplistas y tranquilizadoras, lo que está claro es que debemos abrirnos a lo complejo y a lo incierto, siendo este uno de los nuevos trabajos que tenemos por delante.

Justamente, mientras disfrutaba de la lectura de las “21 lecciones para el Siglo XXI” de Yuval Noah Harari, me encontré con gratificantes coincidencias al respecto, ya desde la introducción del (el cual, desde ya, recomiendo como lectura obligada). Allí él nos plantea sin rodeos:

“¿Quiénes somos? ¿Qué debemos hacer en la vida? ¿Qué tipo de talentos necesitamos? Dado todo lo que sabemos y no sabemos acerca de la ciencia, acerca de Dios, acerca de la política y la religión, ¿qué podemos decir acerca del significado de la vida en la actualidad? Esto puede parecer sumamente ambicioso, pero Homo sapiens no puede esperar. A la filosofía, a la religión y a la ciencia se les está acabando el tiempo. Durante miles de años se ha debatido sobre el significado de la vida. No podemos prolongar este debate de manera indefinida. La inminente crisis ecológica, la creciente amenaza de las armas de destrucción masiva y el auge de las nuevas tecnologías disruptivas no lo permitirá. Y quizá, lo que es más importante, la inteligencia artificial y la biotecnología están ofreciendo a la humanidad el poder de remodelar y rediseñar la vida. Muy pronto alguien tendrá que decidir cómo utilizar este poder, sobre la base de algún relato implícito o explícito acerca del significado de la vida. Los filósofos son personas muy pacientes, pero los ingenieros no lo son en la misma medida, y los inversores lo son aún menos. Si no sabemos qué hacer con el poder para diseñar vida, las fuerzas del mercado no esperarán mil años para que demos con una respuesta. La mano invisible del mercado nos obligará con su propia y ciega respuesta. A menos que nos contentemos con confiar el futuro de la vida a la merced de informes trimestrales de ingresos, necesitamos una idea clara sobre el sentido de la vida.”

“Si no sabemos qué hacer con el poder para diseñar vida, las fuerzas del mercado no esperarán mil años para que demos con una respuesta. La mano invisible del mercado nos obligará con su propia y ciega respuesta”

Inquietante, ¿no? Urgente, si.

El trabajar como hacer en el que “somos humanos” y el situar a las tecnologías en el lugar de un producto de nuestro quehacer al servicio de nuestro bienestar es la compleja ecuación que debemos aprender a articular colectivamente.

Aunque no lo parezca, mi intención con este artículo escrito en crudo es la de abrir perspectivas esperanzadoras. Aprendí de mi querido Santiago Kovadloff que el pesimismo y el optimismo son lo mismo, en el sentido de que parten de una certeza sobre lo que va a ocurrir, por lo cual, niegan la aparición de nuevas posibilidades. Por el contrario, las creencias del hombre esperanzado son las de quién acepta crecer frente a lo complejo, incierto e inconcluso, no con la emoción de que es fácil el camino o la ilusión de que posible la meta, sino confiado en la convicción de que es inevitable realizar esa labor hoy. Desde una perspectiva de la cotidianidad, es la bifurcación frente a la que nos encontramos todos los días: trabajar para sobrevivir o vivir en mi trabajo.

El trabajar como hacer en el que “somos humanos” y el situar a las tecnologías en el lugar de un producto de nuestro quehacer al servicio de nuestro bienestar es la compleja ecuación que debemos aprender a articular colectivamente.

El ser humano es proyecto, ese proyecto es tarea y esa tarea, siempre inconclusa. ¿Qué sentido y dirección estamos dispuestos a darnos como seres humanos, como labor inconclusa y, por lo tanto, plena de posibilidades gracias esta condición?

Simplemente, un desafío urgente y un trabajo fascinante por-venir.

Fotografía: “Doña Paula” (Burano, 2011) – Mariano Barusso (Fundador y Managing Partner de Asertys, representante autorizado de Wilson Learning Worldwide para Argentina).