Nunca olvides que la IA es nadie
Por Mariano Barusso | 19 de octubre, 2025
Desde que nos separamos de la naturaleza, los seres humanos hemos demostrado una extraordinaria capacidad para cosificar la Vida que nos da vida: la biosfera, sus ecosistemas, los seres vivos que los conforman, incluyendo a nuestros congéneres. Tendemos a tratar como objetos inanimados a todo aquello que vive, que siente, respira, muere, que nos sostiene. Cosificamos también a otros seres humanos de quienes dependemos para la construcción de nuestra mismidad. Es más, nos consumimos a nosotros mismos bajo el imperativo productivista y el FOME (Fear Of Missing Everything).
Desde que nos separamos de la naturaleza, los seres humanos hemos demostrado una extraordinaria capacidad para cosificar la Vida que nos da vida.
Hoy, paradójicamente, intentamos hacer lo inverso: humanizar lo que no siente. Buscamos compañía —y hasta trascendencia, leamos bien a Kurzweil— en redes de agentes artificiales. ¿Qué nos lleva con tanta urgencia a menoscabar nuestra vitalidad y a delegar la construcción de comunidad, presencia y cultura? Esta tendencia refleja una profunda necesidad de compañía y orientación, que paradójicamente desviamos hacia artefactos incapaces de proporcionarla genuinamente.
Buscamos que la tecnología nos acompañe, nos comprenda, nos oriente. Pero no lo hace, porque no puede hacerlo: no tiene conciencia, no se pregunta por el sentido de la existencia, no necesita, no desea, no teme, por lo cual no puede empatizar con nosotros. No nos comprende. Solo puede procesar, sorprendentemente, los datos biométricos que le regalamos a sus productores para que moneticen nuestro ADN.
La IA no tiene conciencia, no se pregunta por el sentido de la existencia, no necesita, no desea, no teme. Por lo cual no puede empatizar.
La Inteligencia Artificial es un artefacto —una creación cultural formidable—, pero sigue siendo una cosa: un ente sin subjetividad, por lo tanto, una nada. Es un espejo de silicio diseñado para imitar lo humano sin serlo, sostenido por nuestra necesidad de crear espejismos que nos distancien del trabajo insoslayable de tener una vida con sentido.
El riesgo existencial que enfrentamos no es que la inteligencia artificial se vuelva más inteligente que nosotros, sino que dejemos de distinguir entre una conciencia viva y un cálculo poderoso. Humanizamos lo que no siente, mientras seguimos deshumanizando lo que sí. Preservar nuestra humanidad depende de mantener esa distancia lúcida entre lo vivo y lo inanimado… ante cada consulta que hagas a esos dispositivos.
El riesgo no es que la IA se vuelva más inteligente, sino que dejemos de distinguir entre una conciencia viva y un cálculo poderoso.