Recibamos juntos una nueva era, no menos que eso

Por Mariano Barusso | 5 de enero, 2023

Un ensayo para comenzar el 2023 imaginando un cambio de vía.

La pregnante idea del “nuevo normal” fue un planteo ansiolítico para superar la pandemia y extender lo más posible un ciclo socioeconómico agotado. Nos encontramos frente a una falsa opción: prolongar la decadencia de ese ciclo o promover un cambio radical, un verdadero cambio de era. Pensar en la evolución de nuestros negocios, organizaciones y liderazgos sin replantearnos nuestra cosmovisión sobre la humanidad y nuestro lugar en la Tierra es un acto que va desde la negación al cinismo cortoplacista.

Prepararnos para un cambio de vía


Estamos en este mundo y este mundo está en nosotros, y ahora descubrimos que este mundo está en crisis […] Conservemos la esperanza, aunque sin ninguna euforia.

– Edgar Morin.

Aviso para el lector: Si estás buscando una lectura breve con tips organizadores de esas ganas renovadas con las que comienzas el año, te recomiendo que persistas en esa búsqueda, pero en otro lado. Si por el contrario, tus ganas te encuentran haciéndote preguntas sobre el presente y el futuro, te invito a que entregues a esta lectura y luego me compartas alguna de esas reflexiones. Puedes encontrarme en la mayoría de las redes.

Este ensayo se originó con la idea de escribir un mensaje para el año nuevo, pero me dejé llevar por las mismas ganas, las de conectarme con lo que estoy viendo y pensando… y me olvidé de las reglas del marketing para escribir algo que sea “atractivo” para otros. Escribirlo me resultó fructífero y leerlo tal vez pueda serlo de igual manera para otros.

En este diálogo conmigo mismo y con algunos interlocutores que me constituyen, me di cuenta de que pretendo iniciar el año con una mirada sobre algunos dilemas de este momento del mundo, porque considero que la construcción de todo proyecto trascendente debe basarse en la aceptación del presente y porque aprendí, junto a mi Maestro Santiago Kovadloff, que la esperanza es una creencia fundada en la integración de lo complejo, de lo equívoco y de lo incierto. Sin más preámbulo, vamos.

En Asertys culminamos un muy buen 2022 en el que continuamos potenciando los servicios habituales de consultoría en transformación organizacional con iniciativas destinadas a reflexionar en perspectiva sobre fenómenos macro sociales con la intención de desnaturalizarlos para ir encontrando como navegar de manera consciente sus aguas, calmas solo en apariencia. Así fue que organizamos foros abiertos para pensar colectivamente sobre la inteligencia artificialel bienestar psicosocial y nuestra vivencia presente del tiempo.

Dos lemas que creamos para estos espacios fueron #HumanizarElFuturo y #HumanizarElPresente, que nos seguirán guiando en los años por venir, para mantenernos despiertos en la tarea de preservar nuestra humanidad en el vivir, el emprender y el trabajar.

Recibimos al 2023 con la convicción de que es necesario cocrear una nueva era. No lo hacemos por plantearnos una idea totalizadora, ni grandilocuente, ni por un súbito viraje nuestro hacia una espiritualidad postmoderna redencional. Lo hacemos por visión, por sentido de responsabilidad y para declarar un posicionamiento institucional ante el cambio epocal que estamos atravesando como humanidad.

Hoy comprendo mejor la incomodidad que me generaba la idea del “nuevo normal”: la sentía como una propuesta regresiva a una decadencia ya madura antes de la pandemia.

Porque nos encontramos frente a la encrucijada de seguir adaptándonos reactivamente a los síntomas de agotamiento de un ciclo histórico o de tomar una posición verdaderamente transformacional de nuestro presente, para nosotros y para las generaciones que nos trascenderán. Creo no pecar de exagerado si planteo que estamos frente a la bifurcación más profunda de toda la historia de nuestra especie. Espero que las fuerzas que desarrollaré a continuación sean suficiente fundamento de esta afirmación.

Considero que el tratamiento comprometido de esta nueva vía, como la llama Edgar Morin, debería ser parte de la agenda estratégica de todos los grupos de conducción. Primero, por el poder de incidencia que tienen al respecto. Segundo, por la presión social creciente que las organizaciones continuarán recibiendo en pos de un cambio paradigmático. Retomaré este punto en las conexiones finales de este ensayo.

Desde este lugar, observo las discusiones corporativas actuales sobre el bienestar, la inclusión, la hibridación del trabajo y el compromiso, como el emergente superficial necesario de la declinación de toda una era socioeconómica, que pueden ser afrontadas ya sea con adaptaciones reactivas a lo que la pandemia aceleró o como una oportunidad relativamente masiva de diseño de nuevas formas de emprender y trabajar.

Con esto no pretendo negar los grandes esfuerzos de cambio que todos estamos haciendo para que nuestros emprendimientos sobrevivan y crezcan, sino, por el contrario, instalo la pregunta relativa a desde qué concepción del mundo y del futuro lo estamos haciendo y, a su vez, con qué sentido de responsabilidad mundana lo estamos viviendo.

La infraestructura que caldea nuestro presente


Además de las incertidumbres económicas, todo el futuro es incierto.

– Edgar Morin.

Mantengo cierta convicción de que el espectro que va desde las ilusorias historias de transformación que todos volcamos a las redes, pasando por las publicaciones de divulgación más populares de management y negocios, hasta las innovaciones sustantivas con potencial transformador de nuestro vivir y trabajar, danzan sobre un conjunto de cinco fuerzas infraestructurales determinantes de la insostenibilidad de este ciclo socioeconómico agotado:

1. El tiempo de la Tierra.

2. La sobrepoblación planetaria.

3. El modelo de desarrollo (económico).

4. Las democracias en riesgo.

5. La post Humanidad.

Encuentro a la vez en este campo de fuerzas el terreno fértil imprescindible para fundar un ciclo de crecimiento global más fructífero. Voy a desarrollarlas brevemente con alguna fecha o hito referencial e ilustrativo .

1. El tiempo de la Tierra.

Nuestro Hogar-Planeta-Tierra, al que hemos diezmado hasta el agotamiento, comienza a ocuparse de expresarnos su límite, y terminará imponiéndonos su tiempo y condiciones. Algo sin precedentes para el Homo Sapiens, que hasta aquí impuso su voluntad, como un inquilino omnipotente e irrespetuoso de su insignificante lugar en este ecosistema único.

Frente a la intemperie de nuestra existencia, el antiguo testamento judeo cristiano nos inculcó ser los propietarios de todos los seres de la Tierra y nos indicó que dispusiéramos de ellos a nuestro criterio. Esta visión antropocéntrica se encuentra aún vigente, aunque germinalmente cuestionada. Me surge la pregunta de ¿dónde está Greta Thumberg hoy?

 Llevada al límite, nuestra Casa Azul se encuentra próxima a reaccionar con dureza y sonoridad, afectando directamente la habitabilidad, la salud pública y el clima sociopolítico global, porque lo que está en juego es el vivir de millones de personas y no el estado de bienestar de unos pocos países (un bienestar de dudoso sostenimiento frente a las crisis ambientales por venir).

Sin embargo, nos decimos autocomplacientemente que “aún estamos a tiempo”, pero cada año que lo repetimos sin hacer nada significativamente diferente, perdemos muchos más de resiliencia de la biosfera. Los humanos podemos negar para esperar y colocarnos los lentes oscuros del corto plazo. Por fortuna para la vida que dejemos, la Tierra se rige por otros mecanismos defensivos y por un tiempo universal.

El 28 de julio de 2022 alcanzamos el Día de Sobrecapacidad de la Tierra, es decir, habíamos agotado los recursos naturales que la humanidad requería para el resto del año. ¿Cuándo nos proponemos repetir ese “logro” en el 2023: en mayo o en agosto? ¿Cuántas más vergonzantes COPs pensamos esperar?

Pedro Friedrich nos plantea a los que emprendemos una serie de preguntas ácidas con relación a este tema, de las cuales rescato una lo suficientemente corrosiva: ¿El Planeta necesita de mi negocio? Fuerte, ¿no? Nos dejo esta pregunta macerando en nuestras mentes, para el momento en que revisitemos nuestra estrategia para los próximos tres años. Ahora, hablemos de los billones que somos…

2. La sobrepoblación.

Sí, hemos sobrepoblado nuestro planeta. El 15 de noviembre de 2022 llegamos a ser 8 mil millones de habitantes, dependientes de este hogar agobiado y atravesados por un desarrollo socio-económico que dista de acoplarse con la idea de bienestar para la mayoría. Tal parece que hemos alcanzado más derrame de desechos que de riqueza. Algunos estudios recientes muestran mejorías relativas, pero es muy discutible aún cuál es su alcance y su tempo, sobre todo si las ligamos a las crisis ambientales en curso y próximas, en el contexto de una economía global que no estaría recuperando aún su anterior normal.

 Ese ideal de diseminación del bienestar se presenta como una necesidad práctica frente al calentamiento social y como un imperativo ético de cara a nosotros mismos como humanidad. Prefigura a la vez una tarea cuasi utópica, dado que las estimaciones del 2022 indican que necesitamos una media de 1,75 planetas para sostener nuestras demandas de recursos naturales. Una cifra que se eleva a 5,1 o 4,5 planetas para que todos tengamos el estándar de vida de Estados Unidos o de Australia, respectivamente. Como toda utopía, puede ser perseguida como una tarea imprescindible.

Tal vez tengamos alguna chance, si los incentivos y las inversiones se orientan masivamente al desarrollo de la economía circular, de los emprendimientos de triple impacto y de las tecnologías exponenciales con impacto ambiental positivo, en vez de a burbujeantes e innecesarios emprendimientos de criptomonedas. Mientras tanto, la ausencia de Estados Unidos, China, Rusia e India en la COP 27 refleja una decisión más clara que esa chance que conjeturo. Es tan solo un detalle, son los principales productores de gases de efecto invernadero.

Las preguntas que me hago aquí son: ¿Nos proponemos seguir creando modelos de negocio para la “base de la pirámide” o promover condiciones culturales y materiales para el desarrollo de una mayor capacidad generativa distribuida? ¿El acceso al sistema financiero es condición suficiente para lograr mayor igualdad o solo busca más consumidores? ¿Podemos seguir pensando qué hay “buenos” negocios en la pobreza, en falta de educación, en la enfermedad o en el hambre sin que medie siquiera una trémula naúsea?

Quiero insistir en esta a verdad incómoda: el mundo está superpoblado, aunque nos contemos el cuento que más nos tranquilice. Fuerte también, ¿no?

3. El modelo de desarrollo (económico).

En el año 1409 se crea la primera bolsa de valores en Brujas, un hito liminar para el nacimiento del modelo del capitalismo financiero, disociado del intercambio sustancial de bienes y servicios “necesarios” para un bien-estar. Ese modelo ambitendente de acumulación de capital que rige todas las relaciones de intercambio actuales –incluyendo a China y a Cuba– y que pareciera que no puede ni debe ser cuestionado, aún en sus excesos nocivos, so riesgo de perder la membresía a un Club al que la mayoría de los mortales no pertenecemos: tengamos presente que en el 2022 el 1% de las fortunas globales concentraban el 45,6% de la riqueza total del mundo.

El ciclo vicioso de hiperconsumo e hiperproductividad recíprocas –mandatorio para el sostenimiento del capitalismo de mercado– no guarda ninguna relación positiva comprobable con las dos fuerzas anteriores. Tampoco se está llevando bien con la salud psisocial general en nuestra sociedad del cansancio. No le demos más vueltas, es la otra faz del modelo que nos duele alumbrar. Como expresa Morin: “Un malestar interior actúa como parásito del bienestar exterior. El nivel de vida aumenta, pero la calidad de vida disminuye”.

Friedrich dice que “la ‘vieja economía’, de la que todos somos parte, fue diseñada para maximizar la renta y minimizar los costos. Fue una idea brillante para unos pocos y pésima para el resto de la humanidad; porque hoy lo sabemos con claridad: es un modelo que se ‘llevó puesto’ al Planeta”, y requiere de una marcada asimetría socioeconómica entre las partes, agrego.

¿Es posible pensar en la sustentabilidad de la Tierra sin un cambio en el corto plazo en los supuestos del modelo económico dominante? ¿No es cínico o naif hablar de inclusión para los 8 billones en el actual paradigma? ¿Qué alcance tiene la diversidad e inclusión que promocionan las empresas en la actualidad? ¿Hay empresas admirables cuyo proyecto de aquí en más requiere seguir “llevándose puesto” al Planeta?

En un reciente artículo sobre los modelos de desempeño corporativos afirmé que, como toda una institución, el modelo económico actual está destinado a declinar. No es un tema que debería tomarnos por sorpresa si lo miramos desde la perspectiva de los sistemas adaptativos complejos. Lo que realmente debe ocuparnos es acelerar su finitud desde un modelo alternativo de alcance multiregional. Ideas hay muchas, intereses pesados en contra de ello, también.

La cultura y los sistémas democráticos son indisociables para afrontar esa transición, no obstante, se encuentran en un momento de delicado equilibrio.

4. Las democracias en riesgo.

El 6 de enero de 2021 el Capitolio de Estados Unidos fue tomado por grupos de activistas, en un acto de una gravedad institucional y simbólica mayor que el del sorpresivo (?) ataque a las Torres Gemelas. Un grupo de ciudadanos estadounidenses fueron incitados desde el poder saliente a tomar el corazón político de su propia democracia. Preocupantemente, esto nos resulta cada vez más familiar. Desnaturalizar estas tendencias es un derecho y una obligación para quienes creemos en la democracia republicana. Es demasiado lo que está en juego como para verlo 30 segundos en Tik Tok.

Las democracias occidentales son jóvenes aún y requieren de mucha más larga vida que el modelo económico vigente, porque son la mejor plataforma que hemos creado para procesar con libertad e igualdad relativas estos enormes dilemas de nuestro tiempo y la extrema diversidad de intereses en torno a las soluciones posibles. Sin embargo, sus mismos mecanismos de reproducción están permitiendo que sean puestas en riesgo desde su interior.

 Es una suerte de enfermedad autoinmune surgida del malestar cultural actual la que nos presenta un dilema con un preocupante final abierto: por la expectativa social simplificadora que ve en héroes populistas y coaliciones oportunistas una opción antisistema regia para encontrar soluciones nuevas a viejos problemas súper complejos, como los que aquí comparto. Una falsa opción que fantasea con suplantar con una respuesta binaria a la verdaderamente requerida, que es de una interdependencia monumental, pero posible.

La evolución saludable de todo sistema, sobre todo del democrático, debe hacerse desde su interior, a menos que exista la posibilidad de gestar en paralelo un sistema alternativo para la supresión orgánica del originario (como podría ser para el caso del sistema económico o de la matriz energética). Es algo que aprendí en 30 años de coliderazgo de procesos de transformación en organizaciones complejas.

Morin nos aporta claridad sobre la necesidad de la persistencia en esta empresa: “La democracia participativa, concebida para recuperar la vitalidad ciudadana, no puede suscitar espontáneamente ciudadanos activos y bien informados. Necesita un tiempo de arraigo y aprendizaje. Su implantación revitalizaría la base, donde fermentan tantas buenas voluntades infrautilizadas, el espíritu cívico de comunidad, de solidaridad y de responsabilidad”.

Es decir, no nos confundamos, esto es solo una recaída necesaria para darle un impulso renovado a nuestros sistémas democráticos pero, atentos, porque aquí también hay intereses reales que operan para lo contrario. Es un momento tanto de oportunidad como de riesgo para la democracia, y no es anecdótico que hay dos modelos en pugna en este instante histórico.

Aquí me formulo preguntas obvias: ¿Es realista pensar la transformación de la realidad sin política? ¿No es la perfectibilidad un atributo central del sistema democrático? ¿Seguimos pensando que un individuo o pequeña coalición bien o mal fundada pueden resolver estos dilemas sin verdaderos acuerdos más amplios? ¿Qué estamos forjando al confundir en nuestro hastío al sistema con quienes lo cooptan? ¿Qué papel antidemocrático juegan las empresas y los ejecutivos que son cómplices las metástasis de corrupción en los países subdesarrollados? ¿Y cuál es el de las asociaciones empresarias que se preguntan “qué gusto tiene la sal” como motivo central de sus encuentros anuales?

5. La post Humanidad.

Advierto que me niego aún a integrar ambos términos y sitúo arbitrariamente a esta última fuerza en el 2099, porque son muchos quienes predicen que para finales de este siglo que el ser humano se habrá fusionado con alguna configuración integrada de info, bio y nanotecnología: la llamada singularidad, posthumanidad o humanidad expandida, de la mano de esas tres tecnologías generadoras de exponencialidad.

 Los enormes beneficios que las tecnologías exponenciales nos prometen en términos de bienestar, conocimiento, longevidad, ambiente, productividad e interacción son de la misma proporción que los riesgos que conllevan con relación a sus efectos colaterales, a las consideraciones éticas y a nuestra identidad individual y colectiva. En parte porque la velocidad que las constituye hace que vayan muy por delante de los conflictos éticos que ya generan, también porque la autoreproducción es una condición necesaria para su utilidad (por ejemplo, en el caso de la nanotecnología) y, sobre todo, porque son por ahora un producto humano sometido a la originaria pugna entre Eros y Tanatos.

Morin sostiene una perspectiva memorable sobre este campo: “La tecnología digital, Internet y la inteligencia artificial son medios que tienden a transformarse en fines o a estar al servicio de poderes controladores e incontrolados. Según los partidarios de la tecnocracia y del transhumanismo, son un medio para establecer la armonía de una megamáquina social capaz de tratar todos los problemas. Debemos saber que cada técnica que poseemos corre el riesgo de desposeernos de las cuestiones éticas, sociales y políticas que dependen de nuestra inteligencia”. Huxley sonríe en su tumba.

¿Por qué? Porque por lo pronto pareciera ser que la lógica de la renta prima por sobre la pregunta de quién es el ser humano. Yuval Noah Harari dice que una pregunta demasiado importante para dejarla en manos de los tiempos de los filósofos, mientras los ingenieros y los inversores avanzan de manera exponencial. Alessandro Baricco lo complementa algunos años después en “The Game”, develando que la insurrección digital se viene llevando adelante por inteligencias técnico-cientificas que tienen como motor la creación de soluciones prácticas, sin ideología, sistema teórico o estética. Solo herramientas y un método reproductivo, que mejoran con agilidad.

Por lo pronto, dada la alta probabilidad de que estas tecnologías se expandan en la penetración de nuestra existencia, las preguntas que me generan son muchas, como ¿Para qué prolongar nuestra vida más allá de sus límites biológicos? ¿Será tal la democratización o saldrá fortalecido el control social y la concentración económica? ¿Por qué nos encanta regalarle nuestra intimidad a los FAMGA para que luego nos la cobren por suscripción? ¿Por qué no estamos acelerando el uso de las tecnologías exponenciales para resolver alguno de estos grandes dilemas? ¿A quiénes no les conviene que eso ocurra?

Quiero finalizar este punto sobre la post Humanidad con un contrapunto con Ray Kurzweil, uno de los voceros e impulsores de la Singularidad, ya que disiento profundamente con su concepción de que la imperfección del ser humano es algo a ser superado con la tecnología.

No tengo ningún problema con nuestra imperfección, porque es la que nos hace Humanos y, aunque nos ha llevado a la mayoría de los excesos que aquí recorrí, es también naturaleza incuestionable de nuestra identidad como especie, y para la recreación de nuestro lugar en el mundo e, inclusive, de un mundo posible sin nosotros.

Adhiero a la idea de Kovadloff de que deberíamos ser prudentes respecto de toda visión totalizadora y redencional respecto del ser humano. La historia nos ha enseñado a lo que las ansias totalizadoras pueden conducirnos. Lo sé, aprender eso es renunciar a la idea del Homo Deus y este tramo del siglo no nos encuentra a pleno como para tolerar otra herida narcisística.

Porque aunque creemos que “Dios ha muerto”, caemos una y otra vez en el intento de su resurrección. En el fondo, pienso que todo tecnócrata extremo es un Homo Erectus realizando sacrificios humanos para que el Dios Progreso ilumine su existencia y lo exculpe de la tarea de aceptarse en sus contradicciones y finitud.

Por fortuna para nosotros, también podemos ver en la humana procura del Homo Deus de Harari, la confirmación de nuestra consciencia sobre la justa irrelevancia que nuestra participación tiene en la historia universal.

Apuesto más fuerte aquí: creo que la urgente pregunta sobre quién es el hombre reclama la reafirmación de nuestra incompletud como aquello que nos inscribe en la necesidad de ser con los otros, de respetarnos y de complementarnos –y estoy pensado en todas las especies con las que convivimos (porque cohabitan este Hogar Azul desde millones de años antes del hiato evolutivo que nos dio la posibilidad ocuparlo sin boleto ni escritura).

Si no revalorizamos nuestra humana incompletud estamos definitivamente discapacitados para recuperar la imprescindible alteridad que nos permitirá encontrar una nueva vía, una salida superadora del drama presente que aún no debería devenir en tragedia.

En síntesis, si visualizamos un futuro esperanzador y queremos realmente transformar la realidad, debemos conversar de manera más habitual y compleja con el tiempo del Planeta, nuestra superpoblación del mismo, el modelo de desarrollo económico, el riesgo de nuestras democracias y el camino hacia la humanidad expandida.

Lejos está este planteo de una perspectiva pesimista, sino todo contrario. Crecer implica abrazar más complejidad y esta es la que nos tocó como partida histórica. Tan solo asumamos el compromiso de sentir e intentar reconocer cómo podemos vincularlo con nuestro lugar en el mundo.

La respuesta no está en el benchmark con empresas tecnológicas sino en la observación de esta realidad caleidoscópica de nuestro presente y en el registro consciente de nuestras ansias internas de trascendencia o perduración.

Por qué deberíamos negarnos esa posibilidad si el persistente Edgar Morin, con sus casi cien años de vida sigue insistiendo en el imperativo de cambiar de vía, integrando lo bueno, lo malo y lo imaginable: “Cambiar de vía es el desafío frente a una globalización en crisis, existencial, política, digital, ecológica y económica. El peligro, si no afrontamos estos desafíos, será una gran regresión intelectual, moral y democrática”.

Una nueva vía, para una nueva era


Si no esperas lo inesperado, no lo encontrarás.

– Heráclito.

Espero haber sido claro hasta aquí sobre los fenómenos por los cuales creo que es imperioso pensar de una manera radicalmente diferente el propósito de nuestras empresas, de nuestros trabajos y de nuestro liderazgo. Lo primero que me propuse es ponerlos sobre la mesa y desplegarlos todos juntos, para dejar servida al lector la posibilidad de apreciarlos, resignificarlos y encontrar relaciones entre ellos.

Reitero que traigo esta mirada entendiendo que cualquier visión esperanzadora sobre un futuro diferente debe considerar e integrar este estado de cosas, para no caer en un optimismo simplista y negador de la complejidad del mundo de hoy. Decidí destacar las sombras esa complejidad porque en el mundo corporativo se habla tan poco de ellas como del poder. Tal vez por la vergüenza y/o contradicción que puede conllevar develar el juego.

No caben dudas de que necesitamos cambiar de vía y cocrear una nueva era, construyendo ese camino que está lejos todavía de recorrer el mundo. Morin lo sintetiza cuando afirma que “las grandes líneas de la nueva Vía político-ecológico-económico-social que impone la crisis inédita que vivimos están guiadas por la necesidad de regenerar la política, la necesidad de humanizar la sociedad y la necesidad de un humanismo regenerado”.

No es fácil disentir con esa idea y creo que conformarnos con menos es renunciar a su posibilidad, a su desarrollo. Pero atención, recuerda que no hemos empezado aún siquiera a plantearnos esa comunidad de destino compartido.

Aunque es una tarea que obviamente trasciende este 2023, el comienzo del año es un momento oportuno para mentalizarnos esta posibilidad, en el caso que esta perspectiva te haya cambiado en algo la manera de ver las cosas y de verte en este mundo.

Para ello, quisiera dejar planteadas algunas conexiones iniciales como un estímulo que te incite a completar este ensayo con su propia perspectiva sobre el mundo, los desafíos y los senderos a abrir para construir esa nueva vía.

1. El nudo es de consciencia, de valores y de creencias

Apreciar en perspectiva estos dilemas nos revela que los verdaderos desafíos se encuentran en el plano de la consciencia colectiva, de una ética universalista y de la justicia social. El problema definitivamente no es ni económico ni tecnológico, sino cultural, ético y moral. Es un problema de creencias, de principios y de formas de organizar nuestra actividad, que actualmente anteponen la renta y la necesaria supervivencia de corto plazo por sobre un posible bienestar transgeneracional.

Como ya lo expresé, una de mis formas de comprenderlo es que el Homo Sapiens siempre ha compensado la angustia existencial de ser proyecto colectivo con un comportamiento que lo exculpa de la responsabilidad derivada de esa libertad: acumular poder y ejercer dominación sobre las cosas, incluyendo para ello, la cosificación de sus congéneres. Es un modo de afrontamiento más simple y tranquilizador para las limitaciones de nuestra mente, aunque conlleve algunas de las consecuencias nefastas que conocemos. La opción sigue siendo la libertad de pensamiento y acción, entendida como inclusiva del otro y considerada por el bien común.

Al respecto, Morin sostiene que “Lo único que puede proteger la libertad, a la vez del orden impositivo y del desorden desintegrador, es la presencia constante en la mente de sus miembros de una pertenencia solidaria a una comunidad de la que sentirse responsables. Así pues, la ética personal de responsabilidad y solidaridad de los individuos también es una ética social que mantiene y desarrolla una sociedad libre”.

2. La necesidad es de sentido

La demanda urgente es de renovación del sentido de nuestra acción como especie: Por qué, Para qué y Para quiénes estamos en este irrepetible Hogar Azul (todas las mayúsculas son deliberadas). ¿Para qué, para quiénes y para cuándo existe nuestra empresa? ¿Para qué y junto a quiénes compartimos ciudadanía (en el caso de no sentirnos solo “habitantes”)? ¿Para qué y para quienes trabajamos? ¿Porqué, para qué y para quiénes lideramos?

Son las preguntas que se imponen en todo cambio de ciclo, Son buenas preguntas para comenzar el año y estimulantes para respondérnoslas de tanto en tanto. Dime como lector si no hay esperanza y belleza en las posibilidades de respuesta que se abren a partir de ellas.

No nos engañemos y no nos confundamos: no podemos escapar al problema del sentido en nuestras vidas y el mismo está irremediablemente ligado a la coexistencia respetuosa con los demás y con el Planeta, como camino irrenunciable de nuestra identidad. Pero ¿vamos a morir? Sí, claro. Pero podemos vivir generosamente nuestro tiempo y legar algo significativo a quienes nos trascenderán.

3. Somos tiempo intencional

Te habrás percatado cómo surge una y otra vez en estas páginas la consideración del tiempo. El tiempo con el que contamos para reaccionar y con el que creemos que contamos; el tiempo como algo que nos constituye o que está fuera de nosotros. No es extraño porque somos tiempo, solo que nos destratamos al sentirlo como un recurso escaso que nos domina y como un horizonte corto frente a la equívoca idea de que debemos sobrevivir a la coyuntura o perdurar más años (aunque la biotecnología no sea proveedora de sentido para una vida prolongada sintéticamente).

¿Por qué no rescatarnos entonces como tiempo intencional, como tiempo de oportunidad y determinación, si nos proponemos «creer para ver» la posibilidad de un cambio radical de perspectiva, un verdadero quiebre en nuestra percepción y motivación?

Desde esa perspectiva nueva es que nos podemos proponer una disrupción de las buenas, de las que nos benefician a la mayoría (como fue el caso de las vacunas para el COVID-19, desarrolladas 20 veces más rápido que las anteriores). ¿Por qué no? Somos intención y nos transformamos al emprender acciones innovadoras.

4. Gestar colectivamente una disrupción generativa

Quienes estamos convencidos de la necesidad de protagonizar una transformación radical entendemos que esta disrupción generativa implica dialogar francamente con las cinco fuerzas que desarrollé e incidir en ellas de alguna manera, para quebrar la lógica inercial de “más de lo mismo, peor”, que puede transformar el drama en tragedia.

Entiendo que la complejidad del esfuerzo requerido es lo que puede generar impotencia o desazón, aunque considero que esas emociones pueden regularse de una manera más equilibrada si nos pensamos junto a otros y en un horizonte de tiempo más largo que el habitual.

“Usted tiene razón, lo que yo quiero hacer es imposble. Pero es imprescindible” fue la respuesta epistolar de San Martín a la misiva en la que Pueyrredón le aseguraba el envío de los pertrechos militares por él solicitados, al mismo tiempo que le confirmaba la locura de esa gesta libertadora.

Estoy convencido que la construcción de la Nueva Vía es con esa orientación: confiando en su condición de imprescindible, en un camino que transforme alguna de esas raíces y, junto a otros creyentes de un mejor futuro posible. Bill Evans, el exquisito pianista transformador del jazz de su época expresó en su autobiografía: “Cuando uno sabe que el problema que quiere dominar es grande, es conveniente aprender a disfrutar de cada uno de los pequeños pasos en el camino a ese objetivo.”

5. Las empresas y sus líderes están implicados

Es aquí donde entran al juego no solo una ciudadanía auto organizada de manera emergente y verdaderamente empoderada –votar cada cuatro años y vomitar en el lodo de Twitter no sirve de mucho. También la acción diseñada desde los grupos de conducción de empresas e instituciones privadas y públicas. Ellas  conforman ecosistemas con mayor poder de influencia, para transformar el actual equilibrio de fuerzas (o mantenerlo).

Las empresas juegan un rol fundamental en la creación de la Nueva Vía y no pueden hacerse las distraídas; no solo por el lugar que ocupan en la sociedad sino también, por su propia supervivencia: las que no evolucionen serán cada vez menos atractivas para una sociedad que busca respuestas diferentes a nuevas concepciones de la vida y del trabajo. Es muy visible en este momento histórico que la presión para cambiar se impone desde la sociedad hacia las empresas, y está ocurriendo hoy, no mañana ni pasado mañana.

Si empezamos por un territorio cercano: “Una empresa que reconociera a sus empleados y trabajadores en su plena humanidad sería reconocida por estos como comunidad de destino compartido, lo cual mejoraría tanto los resultados de la empresa como las condiciones de vida de sus trabajadores”. Y ojo que no lo dice el aburrido de Simon Sinek sino, y nuevamente, el vital Edgar Morin.

Creo que todos los grupos de conducción deberían sostener en su agenda estratégica la construcción de esta Nueva Era con acciones diversificadas para comprender, diseñar posibilidades, incidir ecosistémicamente y aprender en el camino, entre otras operaciones transformadoras de nuestra realidad.

Como toda labor compleja, requiere de una masiva diseminación de liderazgo, y un afrontamiento signado por la convicción, la firmeza y la inclusión de las recaídas que confirman el avance, más allá de la distancia a la que percibamos este nuevo ciclo histórico.

Me permito pensarlo porque entiendo que quienes lideramos lo hacemos porque nos motiva hacernos cargo de la resolución de necesidades sociales, institucionales y grupales, que muchas veces no son sencillas de conjugar y/o resolver. Es decir, para eso estamos quienes lideramos desde una ética constructiva: para ocuparnos de cambiar para bien algo de la realidad que nos precedió. En este caso, se trata de cambiar el objeto, el alcance y el horizonte de nuestro liderar. Es mucho, lo sé, pero es el momento de permitirnos reconsiderarnos en ese lugar.

Finale

Podemos comenzar el 2023 pensando cómo nos adaptamos a esta realidad compleja para mantener y mejorar lo que hemos conseguido, o cómo nos proyectamos cambiando el juego de esta realidad inquietante, en un proceso de aprendizaje que nos va a llevar años, de verdadera transformación y en el que los beneficios en términos de madurez nos brinden la posibilidad de una efectividad más sostenible.

No para nosotros, sino para nuestros contemporáneos y para las generaciones que nos sucederán, que tienen los mismos derechos que nosotros de poder habitar con bienestar en este Hogar-Planeta-Tierra que el universo nos otorgó en préstamo. Aún quienes elegimos no tener hijos estamos obligados a escribir una buena historia y, sin dudas, a plantar muchos árboles.

Recibamos y creemos juntos una nueva era. Menos que eso, es irresponsable.

Mientras tanto, ¡bienvenido 2023!

Mariano Barusso | Es Director General de Asertys, Consultoría en efectividad y transformación organizacional.

Agradezco infinitamente la generosidad de Santiago Kovadloff al ayudarme en una revisión exhaustiva de la versión anterior a la presente, tanto en aspectos necesarios de forma como en diálogos fundamentales de fondo.

Imagen: «Finicios» (2019) © Todos los derechos reservados.

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