Una crisis de liderazgo inédita

 

Por Mariano Barusso | 18 de septiembre, 2023

Afrontamos una crisis de liderazgo sin precedentes, donde la responsabilidad formal del sistema de gobierno no es respetada, y donde el servicio social requerido es ahogado por el hambre de poder.

Gracias a las «Confesiones» de Rousseau nos llegó la historia de una María Antonieta declamando «¡Que coman brioche!» al escuchar que el pueblo francés sufría la hambruna. No se sabe si la escena es verídica, aunque está muy bien documentado todo lo que acaeció en breve, comenzando por el delicado cuello de la reina. Su distancia social la llevó, literalmente, a perder la cabeza.

Liderar es un servicio, que requiere de la construcción de poder, en un balance necesario, dinámico y delicado que está en el centro de la construcción de legitimidad y de un hacer efectivo.

El desinterés, la desconfianza y la desesperanza que vivencian sociedades como la nuestra se encuentran directamente relacionadas con la desconexión con ese servicio originario y el desbalance hacia la preservación del poder. Esto ocurre tanto en la mayoría de los actores de la política, como en una parte considerable de los líderes empresarios y ejecutivos.

El efecto negativo a nivel de la identidad, del compromiso y de la comunión de voluntades lo sentimos sobre nuestras espaldas al iniciar cada día. Su costo es enorme porque, aunque el ejercicio del liderazgo despierta siempre ambivalencias, los ciudadanos sociales y corporativos lo necesitan como un servicio de contención, guía y legalidad consensuada requeridas para poder afrontar el vivir –incluyo en ello, trabajar– con algún marco referencial confiable.
Ni habar cuando ni siquiera los consensos establecidos sobre la responsabilidad formal de gobierno son psicopáticamente soslayados, con garantías de impunidad. Cuando la rendición de cuentas es otra institución vejada con la luz encendida, con el silencio cómplice de la justicia y nuestra apatía como meros «habitantes» de la realidad que nos tocó en suerte.

La anomia derivada de estas carencias promueve un “sálvese quien pueda” en el que perdemos la mayoría.

Liderar es un servicio cuya función básica consiste en promover la seguridad psicológica, reduciendo las ansiedades primarias asociadas a la convivencia y al afrontamiento colectivo de la posibilidad de un proyecto colectivo que reúna a la mayoría en sus anhelos y esfuerzos.

Liderar es un servicio cuya función básica consiste en promover la seguirdad psicológica, reduciendo las ansiedades primarias asociadas a la convivencia y al afrontamiento colectivo de la posibilidad de un proyecto colectivo que reúna a la mayoría en sus anhelos y esfuerzos.

Gracias a las «Confesiones» de Rosseau nos llegó la historia de una María Antonieta declamando «¡Que coman brioche!» al escuchar que el pueblo francés sufría la hambruna. No se sabe si la escena es verídica, aunque está muy bien documentado todo lo que acaeció en breve, comenzando por el delicado cuello de la reina. Su distancia social la llevó, literalmente, a perder la cabeza.

Liderar es un servicio, que requiere de la construcción de poder, en un balance necesario, dinámico y delicado que está en el centro de la construcción de legitimidad y de un hacer efectivo.

El desinterés, la desconfianza y la desesperanza que vivencian sociedades como la nuestra se encuentran directamente relacionadas con la desconexión con ese servicio originario y el desbalance hacia la preservación del poder. Esto ocurre tanto en la mayoría de los actores de la política, como en una parte considerable de los líderes empresarios y ejecutivos.

El efecto negativo a nivel de la identidad, del compromiso y de la comunión de voluntades lo sentimos sobre nuestras espaldas al iniciar cada día. Su costo es enorme porque, aunque el ejercicio del liderazgo despierta siempre ambivalencias, los ciudadanos sociales y corporativos lo necesitan como un servicio de contención, guía y legalidad consensuada requeridas para poder afrontar el vivir –incluyo en ello, trabajar– con algún marco referencial confiable.
Ni habar cuando ni siquiera los consensos establecidos sobre la responsabilidad formal de gobierno son psicopáticamente soslayados, con garantías de impunidad. Cuando la rendición de cuentas es otra institución vejada con la luz encendida, con el silencio cómplice de la justicia y nuestra apatía como meros «habitantes» de la realidad que nos tocó en suerte.

La anomia derivada de estas carencias promueve un “sálvese quien pueda” en el que perdemos la mayoría.

Liderar es un servicio cuya función básica consiste en promover la seguridad psicológica, reduciendo las ansiedades primarias asociadas a la convivencia y al afrontamiento colectivo de la posibilidad de un proyecto colectivo que reúna a la mayoría en sus anhelos y esfuerzos.

El liderazgo colectivo como servicio distribuido es condición de supervivencia, generatividad y capacidad adaptativa de todo sistema complejo, comenzando por cada una de las organizaciones que conforman una sociedad.

Pero el divorcio actual entre el poder formal de los que gobiernan y quienes debieran ser sus principales clientes se basa en el interés desmesurado y entrópico de los primeros por la mera conservación de ese poder, con el saqueo simultáneo de los recursos imprescindibles para el logro de un proyecto común y trascendente de la insistente coyuntura.

La consecuencia definitiva de lo anterior no se agota en las restricciones reales para recrear el crecimiento sino, fundamentalmente, en la pérdida de legitimidad del liderazgo como institución, esa condición fundacional del poder sostenible, el que no depende ni del tamaño de la lapicera ni de la capacidad coercitiva, sino de la autoridad delegada voluntariamente por sus beneficiarios. Es decir, el poder sellado en su legitimidad a partir del sentir de la comunidad… ese caprichoso stock que constituye la piedra angular del verdadero liderazgo.

Porque ser elegibles y elegidos para liderar requiere del ejercicio balanceado entre el servicio y el poder. Es en ese balance donde se crea valor cúbico, circular y para múltiples grupos de interés.

De todas maneras, cuando el liderazgo como institución pierde su valía, no queda más que esperar anomia y anarquía (la rima no fue intencional).

La creación de valor social, empresario u organizacional requiere del balance dinámico entre la decisión política de servir a los demás y la competencia para construir el poder requerido para la realización de ese servicio.

La creación de valor social, empresario u organizacional requiere del balance dinámico entre la decisión política de servir a los demás y la competencia para construir el poder requerido para la realización de ese servicio.

El desbalance hacia el lado del servicio, sin la suficiente construcción de poder, conlleva el riesgo de no contar con la masa crítica de voluntades, apoyos y recursos para iniciar o continuar con su prestación. Algo que sin dudas ocurre, pero que estamos mucho menos acostumbrados a experimentar.

Por el contrario, el desbalance hacia la acumulación de poder conlleva el riesgo de la desconsideración de los intereses de los demás, la clausura endogámica y la quita de colaboración por parte de los actores implicados en la consecución del proyecto común. Este patrón es el que experimentamos con mayor frecuencia e intensidad en diferentes planos de las instituciones y comunidades que entretejen nuestra vida en sociedad. Es un patrón creciente a nivel global, derivado de la individualidad hipermoderna, el empoderamiento creciente y la decadencia de los marcos referenciales del siglo XX.

Es el drama al que nos estamos acostumbrando, pero cuyo trágico final aún no hemos presenciado. Porque, como lo entendía la filosofía griega, la desmesura es la antesala de la tragedia, mientras que el drama se configura en un desbalance de fuerzas con un mayor equilibrio relativo.

Como lector/a estarás pensando tal vez lo contrario, que ya vivimos varias de esas tragedias y, con seguridad, no soy quién para contradecirte desde un escrito que no es un diálogo presencial.

Lo que sí observo es que el desencuentro entre la política y la creación de valor social es de una magnitud alarmante, y ocurre en un presente poco antifrágil. De allí es que anticipo una crisis de liderazgo de perfil trágico, de magnitudes y efectos desconocidos. Un déficit de liderazgo que anticipamos junto con Adolfo Rodriguez Hertz en 2013 y del que hoy solo presenciamos su evolución.

Mi pregunta no es si esta crisis de liderazgo va a ocurrir, porque está ocurriendo, sino cuánto tardará en alcanzar su clímax, y de qué carácter, alcance y duración será la reacción en cadena esperable.

Mi pregunta no es si esta crisis de liderazgo va a ocurrir, porque está ocurriendo, sino cuánto tardará en alcanzar su clímax, y de qué carácter, alcance y duración será la reacción en cadena esperable.

Las elecciones reactivas de carácter antitético que estamos observando a nivel mundial son solo catárticas y promotoras de un alivio temprano. Lejos están del industrioso trabajo de recreación de una síntesis superadora, a cuya imagen en un nuevo horizonte ni siquiera hemos asomado.

Reconozco que me excede la capacidad de pronosticar con mayor claridad formal y precisión temporal esto que anticipo, aunque si observo causas y efectos evidentes de deterioro, disgregación e insatisfacción social que no van a respetar los muros de ninguna institución sustancial, simbólica o política. La misma democracia occidental está implosionando en su incapacidad para asegurar una verdadera justicia social.

Solo atino a decir hoy que debemos mantenernos despiertos, no naturalizar ni alimentar las señales de decadencia –en el sentido de un ciclo agotado–, tomarlas como una oportunidad para generar nuevas condiciones y tener presente que el verdadero liderar es servir a los demás: un demandante balance entre las estrategias para generar bienestar común y la construcción de poder al servicio de ello.

Ese es el balance a recuperar, por el cual persistir, y en ese orden. Es un trabajo enorme, del que no nos librará ningún mesías.

Mariano Barusso | Es Director General de Asertys, Consultoría en efectividad y transformación organizacional.

Imagen: Waiting for the King, Mariano Barusso (2011)

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